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Donde escriben las ovejas negras

Written by Guillermo Alvarado on 22:58

Hasta hace un par de semanas hubiera titulado entre signos de interrogación. Después de los últimos acontecimientos creo que debo dejarlo como una afirmación.

Aunque en proceso de evolución.

Quién iba a pensar que el mapa de las páginas de opinión local iba a sufrir una inesperada sacudida.
Uno de los más directos, incisivos y veraces columnistas, el ex colaborador de la guerrilla y actual bartender Paolo Lüers, fue censurado de las páginas del virtual El Faro.

Y al poco tiempo lo vemos -con asombro y cierto dejo de sospecha- reaparecer en las despóticas y ultraderechistas páginas de El Diario de Hoy.

¡Bien por la democracia, así es como debe ser! Todo parecía perdido bajo las órdenes y la presión de la millonaria pauta publicitaria del actual gobierno, la ineptitud de su secretario de comunicaciones y su contubernio con los medios “unidos”.

La tradición ha sido que quien quiere leer una opinión abierta, libre, sin miedos, ni tapujos, ni mucho menos tijerazos por parte del editor, se iba a las páginas del Co Latino. O a las de El Faro.

Aunque éstas bajo una línea medio solapada. Y que se desprestigió luego de que un berrinchito de su presionado –por sus colegas de La Prensa Gráfica- director Carlos Dada desencadenara en la partida de Lüers. Perdiendo El Faro la credibilidad que le había costado buen tiempo ganar.

Después de que en el noventa y dos se fingiera un cese de la guerra –la ha seguido habiendo en otros campos de batalla y desde otras trincheras, pero con mucho daño igual- se suponía que tendríamos una apertura en lo concerniente a ideas y forma de expresarse.

Y no me refiero solo a las opiniones de quienes se han autodenominado poseedores de la verdad divina y que escriben usando palabras bonitas y adoptando aires de intelectuales europeos; sino a decir las cosas como deben ser dichas y como los salvadoreños queremos escucharlas.

Sin reparar si los caciques que históricamente han puesto un cepo a las ideas en libertad se sienten ofendidos.

Pero de aquello ha habido poco.

Un alentador ejercicio inició pero pronto se vio truncado en El Diario de Hoy a mediados de la década pasada. Cuando de manera espontánea y natural se comenzaron a leer distintos pensamientos y críticas a un sistema de poder político y social que comenzaba a perfilarse disfuncional.

Pero de pronto, las extrañas voces (las de la extrema derecha) susurraron al oído de su director y todo fue desapareciendo.

Plumas frescas como la de uno de los periodistas más claros y sin compromiso con ninguna tendencia ideológica, Juan Bosco Martín y otras como la de Sarah Currling, Raúl Gallegos, Cristian Villalta, José Luis Sanz y varios más que semana a semana ponían en letras lo que los salvadoreños esperaban leer, se fueron extinguiendo para dar paso a escribidores sometidos a la voluntad de la chequera como Marvin Galeas, o a las ideologías obtusas, fanáticas y religiosas como Eduardo Torres y Regina de Cardenal; a la venganza política como Joaquín Villalobos, a la cachada para agenciarse un partido como Rodolfo Parker y a la de los favores del poder como Álvaro Cruz Rojas (quien luego de meterse en aprietos con el director se fue a engañar a incautos lectores de diario El Mundo).

Hubo otros que también fueron quedando en el camino: Hermann W. Bruch, quien fue tachado de la lista de los columnistas amigos de “el diario de los salvadoreños” por haberse atrevido a tocar a la privadísima banca. Esa que resultó ser más manoseada que cuando estuvo estatizada.

Orlando de Sola, escritor de ideas firmes de derecha que prefirió la apertura del diario de la izquierda.

Alberto Arene, quien fue propuesto para escribir en las páginas del rotativo en mención pero que su director le vio cara de marciano izquierdista (¡usaba barba, lo que lo convertía en potencial sospechoso de algún complot!) y como eso en su lenguaje es -¿o era?- un pecado mayor, la propuesta no cuajó.

Alfredo Mena Lagos mejor se financió su propio espacio de opinión en un canal de televisión que ha demostrado respetar las diferentes corrientes de pensamiento. Contrario a la tele corporación arenera y otros arribistas más interesados en la plata de la publicidad que en cumplir con la misión de un medio informativo.

Ese capítulo lo perdieron los salvadoreños con ansias de libertad. Lo ganaron los paranoicos y oportunistas que controlan parte del pestilente poder.

Recuerdo la vez que el director plenipotenciario del diario amigo de arena, Enrique Altamirano, me dijo en tono algo fuerte (yo no entendía que ese tono era con ánimo intimidatorio y como siempre he sido medio testarudo no lo atendí) que no se me ocurriera escribir más de política.

Ya que ese tópico era de exclusivo ejercicio para entendidos como él. ¡Plop!

Todo porque yo no le seguía a pie juntilla, como el resto de sus lambiscones plumas entregadas, sus euforias anticomunistas. Cometí la osadía de decir que Héctor Silva me parecía mejor candidato a alcalde.

En otra ocasión, el director ejecutivo, su hijo Fabricio, me gritó en tono cínico y despectivo, algo histérico que “de seguir así mejor me fuera a escribir al Co Latino”.

Yo era en ese momento editor fotográfico de su diario. Pero me atrevía a hacer pininos en una columna semanal. Su disgusto vino luego de que un empresario turístico le reclamara por mi crítica a su negocio. Que no fue especulativa, sino luego de hechos consumados y que probé.

Así que le hice caso y aquí estoy. ¡Qué proeza la mía, sin ser comunista -aunque a veces me dejo crecer una barbita medio sospechosa, complotera- y me publican sin censura!

Espero que con el repentino cambio de timón del matutino patrocinador del partido gobernante se siga cocinando, aunque sea a fuego lento, la libertad de expresión tan vociferada pero poco publicada en nuestros medios.

Veamos si lo de Lüers no es otra fachada más de temporada electorera.

Y esperemos que el temperamental alemán no se autocensure de criticar, como lo ha venido haciendo, aspectos que suelen callarse los timoratos que se dicen guardianes de la libertad, pero que como decía otro alemán, Hesse, le tienen un miedo incontenible a practicarla.